lunes, 14 de septiembre de 2020

Pietro y Lucrezia - Parte 2

Tras la partida de Lucrezia a Ancona, Pietro dedicó sus días a trabajar, y sus noches a emborracharse.

En una de esas noches de alcohol, se peleó con un tipo en el bar, y al rato llegó la policía. Para su sorpresa, el oficial que lo agarró era su hermano, aquel del que huyó cuando era niño.


Su hermano lo miró y se rió. Luego lo escoltó hasta la esquina del bar, y allí, ya con Pietro indefenso por su embriaguez, lo molió a palos junto a otro oficial. Cuando ya estaba vencido, ambos policías orinaron sobre su cuerpo, y se alejaron mientras hacían chistes.

Minutos más tarde, una mujer atendió a Pietro, y se lo llevó dentro de su casa. Era Hilda, una chica que, para aquella época, ya estaba bastante grande como para estar soltera. Aunque no era italiana como él, mi bisabuelo terminó proponiéndole matrimonio meses después. 

En cuatro años de casados tuvieron 3 hijos, dos niñas y un niño, pero la relación con Hilda no era buena porque Pietro se la pasaba compárandola con Lucrezia, haciendo siempre quedar mal a su esposa. Le decía que era fea, vieja y tonta.

Una noche volvió nuevamente muy borracho y, cuando Hilda le dijo que esta situación tenía que parar, él lloró y le pidió perdón. Le dijo que su verdadero amor estaba en Ancona, y que en Buenos Aires no tenía razones para quedarse, ni siquiera sus hijos.

Mi bisabuela, que amaba a su familia, le dijo que sería mejor que él se fuera a buscar a Lucrezia, en lugar de embriagarse hasta la inconsciencia y hacer sufrir a todos por no ser feliz. Su marido aceptó y, pocas semanas después, se embarcó hacia Italia.

A poco de haber comenzado el viaje, Pietro empezó a tener dolor de garganta y una fiebre insoportable. Todo lo que comía lo vomitaba, y su piel se llenó de erupciones.

Tres días después, murió.

Como el olor que desprendía su cuerpo era insoportable, decidieron tirarlo por la borda. Antes de eso, un sacerdote hizo una oración por él mientras se tapaba la nariz y luego, como quien se deshace de un bulto inútil, lo arrojaron al mar.

Años después, Lucrezia volvió a Buenos Aires ya casada y con hijos. Lo primero que hizo fue visitar a Hilda, con la excusa de que era una vieja amiga de Pietro. “Vos destruiste nuestra familia”, le dijo con odio mi bisabuela a Lucrezia, mientras mi abuelo y sus hermanas miraban desde atrás, y le cerró la puerta en la cara.

Lucrezia se quedó helada en la entrada de la casa, y se fue tras unos instantes de perplejidad. Más tarde ese mismo día, se encontró con el hijo varón de Pietro y, aunque al principio dudó, la italiana se decidió a hablarle.

Mi abuelo, quien entonces era tan sólo un niño, dejó de jugar con sus amigos y se acercó a la extraña, que lo había llamado desde lejos.

-¿Cómo te llamás?
-Alejandro.
-Alessandro -respondió ella, con una sonrisa.
-No, ¡Alejandro! -replicó él.
-¡Alessandro es en italiano! -explicó, con tono alegre, y luego puso una mano sobre una mejilla del niño- Sos tan parecido a Pietro -dijo en voz baja, entre sorprendida y al borde de quebrar en llanto.
-Mi mamá me dijo que no podemos hablar -detuvo el niño.
-¿Y por qué no?
-Porque papá se fue por tu culpa.

Lucrezia miró al niño con tristeza y, tras un suspiro, dijo:

-Tu papá fue un hombre muy bueno, y lo amé muchísimo. Si no hubiera sido por mi familia, me habría casado con él.

El niño no respondió.

-Y Alejandro, me hubiera encantado poder ser tu mamá, y que tuviéramos una hermosa familia con Pietro -dijo, visiblemente compungida- Todo salió mal, pero fue mi sueño que hubiera salido bien. Nunca te olvides de esto. 

Mi abuelo asintió con la cabeza, y Lucrezia lo despidió con un beso en la frente.

Y esa fue la última vez que supo de ella.



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