lunes, 3 de agosto de 2020

Un mundo agradable

Hace unos años tuve un bajón muy fuerte, y la chica con la que salía me pasó el link de una canción.

Una vez que terminé de escucharla, le agradecí muchísimo. La música y la letra eran esperanzadoras, y me habían dado ganas de levantarme del momento en el que estaba.
Al día siguiente, me vi con ella a la tarde y, mientras tomábamos un helado, le volví a dar las gracias por mostrarme ese tema, y le conté todas las cosas que me había hecho sentir.
La chica, sin dudar un segundo, levantó la ceja, y respondió: "¿Tanto por una canción?".


Inmediatamente, el ímpetu que te hace empujar la pared que se te está por caer encima se desvaneció. Primero me había dado la mano para que yo no cayera al abismo, pero después me empujó.
¿Por qué siempre boicoteamos la felicidad ajena? ¿Por qué siempre minimizamos el bienestar de los demás? ¿Por qué disfrutamos haciendo daño?

Cuando estaba en la primaria, en el colegio me cargaban por ser pobre. Ni por tonto, ni porque jugaba mal al fútbol, ni tampoco porque tenía malas notas. No. Me gastaban por ser pobre, porque tenía que caminar 40 cuadras hasta el colegio con mi mamá, que me acompañaba y después se iba a trabajar para el lado contrario al que estaba la escuela. Se reían de mí porque usaba casi siempre la misma ropa, pero yo no tenía otra.

Una vez, durante un recreo, fuimos a una parte del colegio medio abandonada, donde había algunos bancos viejos y cosas que ya no estaban en uso. Era un lugar misterioso para todos los alumnos.
Cuando llegamos a la puerta del galpón, tocó el momento de decidir quién iba primero, y yo me ofrecí. Quería demostrar que tenía valor, que no por ser pobre era cobarde.

Sin embargo, al momento de entrar, escuché que un compañero le decía a otro que, apenas yo ingresara en el recinto, ellos iban a salir corriendo. En ese instante frené mi marcha, y les dije que no quería entrar. "¿Qué pasa? ¿Además de pobre, sos cagón?", me gritó uno. Enojado, di media vuelta y enfilé para volver a la zona de recreo.

A pesar de no haber respondido a sus agresiones, este mismo compañero insistió y se me acercó corriendo, tras lo que soltó otra retahíla de insultos. Finalmente, y casi por reflejo, le tiré una piña. Enseguida, los demás se acercaron para pegarme.

Al principio intenté devolver los golpes pero, como eran muchos más que yo, terminaron por derribarme, estrellando mi espalda directamente contra el suelo. Para resistir el embate, yo me encogía cada vez más y más, pero las patadas afloraban, y los gritos de fondo atravesaban mis tímpanos como si fueran cuchilladas: "Pobre de mierda", "Cambiate la remera, hijo de puta", "Cagón", "Comprate ropa"... hasta que, de repente, todo terminó.

Mis compañeros se alejaron al trote de la escena, dejándome tirado al lado del galpón, con un dolor terrible en la espalda. Atiné a sacarme las manos de la cara, y escupí sangre. Parece que, cuando te golpean mucho en el estómago, escupís sangre. Yo me enteré ese día, con 8 años de edad, yendo al colegio.

Cuando me di cuenta que apenas podía moverme, empecé a llorar. Me sentía muy triste. No estaba enojado, sino muy angustiado. Sólo quería que mi mamá me abrazara y me dijera que todo iba a estar bien, que íbamos a ir a casa a ver la tele y tomar una chocolatada. "Mamá, mamá...", intenté llamar desde donde estaba, con la sangre escapándose de mi boca, y mis lágrimas dejándome ciego.
Pero mamá no vino, y ahí quedé, solo frente al galpón. Con una tristeza enorme ahogando mis ganas de vivir.

Tantos años después, hoy mi espalda todavía me recuerda aquel día, y cada vez que me compro ropa nueva pienso que no me la merezco. También me acuerdo del día siguiente, cuando mi mamá se pidió un día en el trabajo para hablar con la directora, que le juró que nadie había visto nada, que “seguramente” me había caído y estaba inventando cosas. "Su hijo es medio raro, señora, qué quiere que le diga, casi siempre anda solo, no tiene amigos...", le decía a mi mamá, con total desparpajo, y le redoblaba la apuesta: "Y... usted también podría comprarle alguna ropita nueva al nene de vez en cuando, ¿no le parece?".

Les juro que lo único que quería era ser feliz. Yo no quise crecer con rencor.

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