viernes, 24 de julio de 2020

Lecciones de mi abuelo

Siempre intento obtener lecciones de vida de la gente que conozco: amigos, jefes, ancianos que me hablan en la cola del banco, y a veces gente que me cruzo por ahí. Todos son válidos, ya que cualquiera de ellos puedo ser yo en el futuro lejano o cercano. Este ejercicio lo tomé gracias a una maestra, que nos mandó a hacer esta tarea para después comentarla en el aula.


La primera persona que me dio una lección de vida fue mi abuelo, días después de haber recibido esta tarea escolar.

Fue allá por los '90, aunque no estoy seguro en qué año. Mi vieja me había dejado en lo de su papá para que me cuidara un par de días, y el chabón a los dos minutos me sentó en el living y me puso una película de Disney en video cassette (hoy VHS) que había llevado, y me dio unas papas fritas.

El abuelo se la pasaba dando vueltas fuera de casa, pero mucho no me importaba. Lo que me interesaba era poder ver "El rey León" y "La Bella y la Bestia", que eran los únicos dos cassettes que me había traído de casa, porque mi mamá no creía conveniente llevar más de esa cantidad.

Él tenía otros a mano, pero no me animaba a agarrarlos.

Después de un rato largo solo, el abuelo volvió con empanadas, un lujo impagable en mi casa, pero que él sí podía darse. Esa noche vimos Videomatch, y lo único que me quedó de registro era que habían ido a hacerle una joda a Cavallo, que no tengo idea si era funcionario o no en ese entonces. "Cavallo, como caballo", le dije a mi abuelo tras leer el nombre, pero no respondió y siguió dándole a las empandas y el vino.

"Si limpiás la mesa y lavás los platos, te compro helado", me dijo al finalizar la cena, y tuvimos un trato.

Cuando terminé de limpiar, cruzamos a la heladería y pedí un cono de dulce de leche y chocolate. El viejo que atendía me lo dio en la mano con una sonrisa, y antes de irnos le dijo algo al oído a mi abuelo.

Al día siguiente, apenas me desperté, corrí a ver la televisión. La habitación de él estaba cerrada, así que supuse que estaba dormido o, en su defecto, no estaría en la casa. No me atrevía a abrir la puerta para confirmarlo.

Ya solo en el living, agarré uno de sus VHS aprovechando la situación, y lo puse en el reproductor. Al comienzo no me quedó muy claro pero, con el correr de la cinta, entendí que estaba viendo pornografía. Mi cuerpo se sintió extraño por un instante, pero inmediatamente saqué el cassette por temor a que apareciera mi abuelo.

Para que todo pareciera normal, puse Telefé y empecé a comer unas galletitas de agua, como hacía en mi casa.

Largos minutos más tarde, salió una chica de la habitación de mi abuelo. Estaba vestida únicamente con su ropa interior y, al verme, gritó: "¡Norberto! ¡¿Cómo no me avisás que está tu nieto acá?!", mientras continuaba su ruta hasta el baño.

"Norberto, mi abuelo se llama Norberto", repetí para mis adentros, para no olvidarme, porque honestamente no sabía su nombre, ya que mi mamá se refería a él como "papá" y yo le decía "abu".

Norberto salió de su cuarto un poco risueño, me llamó, y me preguntó si me gustaba lo que había visto. Primero no contesté, pero insistió, y le dije que sí, tras lo que se sentó al borde de la cama, mientras yo me quedé parado en el marco de la puerta.

Cuando la chica regresó de la excursión al baño, también a ella le dijo que también se sentara. "¿Querés tocarle las tetas?", me preguntó, y la mujer protestó. "Dale Laurita, es mejor que se vaya haciendo hombrecito desde chico", pidió con tono de obviedad, y agregó: "Después arreglamos, ¿sí? Vos sabés que siempre cumplo".

La chica aceptó, aunque no muy convencida.

Norberto me pidió que me acercara, mientras Laura se sacaba el corpiño. Casi entro en pánico, pero finalmente lo hice: Se las apreté, y me gustó muchísimo. Mis manos sobre su pecho apenas se quedaron unos segundos, debido a los nervios que tenía.

-¿Qué pasa, no te gusta Laurita? ¿No te parece linda? -preguntó el abuelo.
-Es chiquito, Norber, miralo, está temblando -explicó ella, como si hablara de un cachorro.
-Está bien, es la primera vez que toca unas tetas, pero es mejor así, para que no me salga puto -señaló.
-Esto no va a cambiar que te salga puto o no, Norberto.
-¿Ah no? Ahora, por eso, dale un beso. Así nos aseguramos que salga hecho y derecho.
-No, ya bastante hice.
-Dale, que hay premio si me ayudás en esto.
-Es un nene, Norber, me da cosa...
-No te estoy pidiendo que te lo garches, sólo que le muestres un poco de qué se trata.

Laura estiró su mano, me trajo de vuelta cerca suyo, y me dijo que me quedara tranquilo. "Si no te gusta me decís, y la corto, ¿dale?".

La chica besó mis labios mientras me sostenía la cara, y mi abuelo comentó la situación: "Mirá, se le paró la pija, ¿viste que no es puto?".
Yo automáticamente intenté tapar mi erección, pero Laura me corrió la mano y puso la suya. Después, con la otra, me abrió la boca usando su dedo pulgar, y me metió la lengua.
Al mismo tiempo, con su mano derecha me frotaba el pene por sobre la ropa, pero pronto quiso masturbarme por debajo de mi calzoncillo, y allí mi abuelo frenó la situación. "Bueno, bueno, ya está, ya sabemos que no es puto", dijo, con tono arbitral.

Tomé un paso de distancia y me grabé para siempre la mirada de Laura. Era la mirada de alguien que acababa de aprender algo sobre sí misma, y no estaba para nada cómoda al respecto. "Andá a ver la tele", pidió mi abuelo, pero me fui a la cama en lugar del living. Me tapé y no salí por varias horas.

Al anochecer, se acercó a la habitación para preguntarme si quería cenar.

-Bueno -contesté.
-Voy a pedir una pizza, ¿está bien?
-Sí.
-No le cuentes nada a tu mamá de lo de hoy.
-No voy a contar nada.
-Si querés hacerlo otra vez me avisás y arreglamos con la chica.
-Bueno.

El viejo amagó a irse, pero volvió sobre sus pasos y sacó un discurso de la galera:

-Sólo se vive una vez, ¿entendés? No hay tiempo para pensar si las cosas están bien o mal. Se pierden muchas oportunidades por temor a lo que digan los demás -frenó, y suspiró- Yo te digo que simplemente hagas siempre lo que quieras, ahora siendo chico y cuando seas grande también, sobre todo cuando seas grande -enfatizó, como intentando dar una explicación a todo lo que había pasado.

Quedé en silencio por un instante, pero luego intenté sacarme la duda:

-Abu, ¿por qué pensaste que iba a ser puto?
-Vos no sos puto, te gustan las chicas, ¿no te gustó Laura?
-Sí.
-Entonces no sos puto -insistió, sin responder mi pregunta.

No hablé más.

-Te aviso cuando llegue la pizza -retomó Norberto, y se fue.

Cuando llegó el día de volver a la escuela, recordé la tarea que nos habían encargado, y anoté rápidamente la frase que me había dejado el abuelo.

Ese día nos hicieron decir a cada uno (en voz alta) la lección de vida que habíamos conseguido, y luego la maestra la comentaba brevemente con nosotros, pidiendo que levantáramos la mano los que estábamos de acuerdo primero, y los que no después.

Al llegar mi turno, leí la frase de mi abuelo, y casi todos mis compañeros estuvieron de acuerdo, salvo por algunas chicas.

Muy amablemente, la maestra nos explicó que la parte de no pensar en lo que digan los demás "podría ser un buen consejo" pero, al mismo tiempo, resaltó varias veces que es necesario evaluar si lo que hacemos está bien o mal, porque nuestras acciones pueden llegar a dañar a la gente que queremos. "A veces, los daños son para toda la vida", juró, y luego continuamos escuchando las demás lecciones de vida del curso.

Pocas semanas después, citaron a mi madre porque intenté hacer con una compañera lo mismo que había hecho con Laura.

Sí, yo ya estaba dañado.




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