domingo, 28 de julio de 2019

Mila & Bianca - Parte 7


Ese mismo domingo, Mila viajaba en colectivo a la casa de su madre. Siendo todavía temprano, la luz tenue bañaba los descampados linderos a la autopista, sobre los que su mirada iba y venía. Escuchando música y con la cabeza apoyada sobre el vidrio, recorrió un largo tramo hasta que finalmente se bajó en una avenida.

Mientras avanzaba por la misma, observaba cómo todos los negocios de ropa rezaban una leyenda similar: “Liquidación por cierre”.

En un momento, se paró frente a una heladería completamente abandonada, con un cartel de “Se alquila” en la vidriera. Con gesto de decepción, miró hacia el interior del local, y sacó una foto. Entonces continuó con su caminata, mientras chistaba y movía la cabeza con frustración.

Algunas cuadras después, se alejó de la avenida y enfiló por una calle de tierra. Tras un trayecto de varios minutos, se topó con una jauría que la obligó a correr y, pocos metros más adelante, sacó sus llaves rápidamente y entró a una casa.

Allí saludó a una mujer que estaba cocinando.

-Hola ma -dijo, mientras la abrazaba desde atrás.
-Mi chiquita, ¿cómo estás? -contestó, dándose vuelta para devolver el abrazo.
-Bien, ¿están Facu y Yami?
-Sí, fueron al chino.
-¿Y Picho?
-Se lo llevaron, así sale un poco.
-¿No lo dejás más en la puerta?
-No, pobrecito, la otra vez los perros de la esquina casi lo atacan. Encima ya no escucha bien el Picho, y no quiero que lo lastimen por despistado. Son grandotes esos perros.
-Pobre bebé -lamentó, y miró la comida- ¿Te ayudo con algo? Huele bien esto.
-No hace falta, ya casi está todo, ¿querés probar el relleno?
-Sí -contestó Mila, casi con lascivia, y comió una cucharada- Oh por dios, qué delicia.
-Le puse aceitunas y huevo, sé que te gusta más así.
-El sabor de este relleno es increíble. ¿Segura que no querés que te ayude a armar alguna empanada más?
-Dejame a mí -pidió la madre, y sacó conversación- Y decime, ¿cómo anda todo? Hace rato no venís.
-Todo tranquilo, nada nuevo.
-¿Y Bianquita? Hace mucho no la veo tampoco, podés invitarla a comer un fin de semana.
-Ella está como siempre. Dale, la puedo invitar.
-Y que traiga al novio si quiere. Qué exagerado que es ese chico, ¿no?
-No está más con él.
-Uh, no sabía, ¿ella está bien?
-Más o menos, pero con el tiempo se le va a pasar.
-Decile que no sufra porque, si se quieren de verdad, van a volver a estar juntos.
-No lo creo, honestamente.
-Bueno, ya encontrará a alguien más entonces -deslizó la madre, cambiando rápidamente su discurso.
-Ya lo encontró, o algo así -contó Mila.
-Ah… Bien por ella. No pierde el tiempo Bianquita, je je.
-No, la verdad que no.
-¿Y vos, Mili?
-¿Yo qué?
-¿Te gusta algún chico?
-No.
-¿Y con Bianquita están saliendo más seguido? -consultó, mirando de reojo.
-Sí, el otro día salimos.
-Qué bueno, Mili. Estás muy encerrada si no.
-No lo estoy tanto.
-¿Qué hacés durante el día?
-Yo estoy bien con mis decisiones, ma -sentenció Mila, como buscando cerrar el tema.
-Te digo porque, si pasás mucho tiempo sola, podés llegar a sentirte mal…
-Ya no me siento más así, hace años que no. Tengo todo controlado, no te preocupes.
-Me alegra entonces. A veces te veo y, no sé, estás tan grande, y yo me sigo preocupando como si fueras una nena.
-¿Grande? Si no crecí nada desde la secundaria, ¡hasta me entra la misma ropa! -replicó Mila, en chiste.
-No, ya sé, pero a veces me acuerdo de cuando eras toda chiquitita y te traías los libros de Graciela, ¿te acordás el que se comió Picho?
-Ay, qué hijo de puta, encima se lo comía con asco. ¿Para qué carajo lo masticaba si no le gustaba? Encima después le tuve que decir a Graciela que su libro “se lo comió el perro”, qué vergüenza.
-Era cachorro, rompía todo. Yo todavía sigo poniendo las zapatillas como para que no las alcance, me quedó la costumbre.
-¿Sigue acá el diccionario que me “prestó” Graciela para entender las palabras de sus libros?
-Sí, y también está el de Frankenstein, el que leíste treinta veces.
-Era el único que tenía en ese momento, ja ja. Me daba mucha pena el monstruo…
-Nunca lo leí, sé de qué trata porque vos me contaste -contestó la madre, mientras terminaba de poner las empanadas en el horno.
-¿Sabés qué vi cuando venía para acá? Los Alpinos, la heladería, está cerrada y el local sin nada adentro, ¿ya está? ¿Cerró para siempre?
-Creo que sí. Ahora van todos al Grido.
-Qué pena, era re rico el helado de ahí.
-Ahí es donde íbamos con tu amiguito Lucas y los hermanitos. Qué insoportables que eran. Bah, lo siguen siendo.
-Lucas era re tranquilo…
-Sí, pero los hermanos siempre fueron medio desastrosos, los dos más grandes, más que nada. El más chico se fue a Tucumán.
-¿Por qué a Tucumán?
-Ahí están los tíos. Se fue por lo de la madre…
-Uh, claro, ¿y los demás viven acá todavía?
-Sí, Luquitas trabaja en el chino. Los otros no sé qué hacen.

En ese momento volvió a la casa Yamila, que cargaba una bolsa:

-Tomá, Rosita -dijo, mientras le daba la bolsa a la madre de Mila, y luego abrazó a esta última a modo de saludo.
-¿Y Facu? -preguntó Mila.
-Se quedó hablando con el verdulero. Qué ganas de darle charla a todo el mundo que tiene este pibe, eh, ¡me casé con una cotorra!
-Si vos también sos re charleta -dijo Rosa.
-Bueh, pero ni ahí como él, yo nomás hablo de cosas importantes… Ah, ¿quién era? Ja ja -bromeó Yamila, mientras Mila y su madre reían.

Más tarde llegó Facundo, y Picho corrió hacia la cocina, todavía con la correa puesta. Se acercó a Mila e intentó saludarla saltando, aunque con dificultad. “Mi pichicho hermoso, bebé de la familia, ¡te amo!”, decía tiernamente ella, mientras le pasaba las manos por el lomo y la cabeza, a la vez que el animal se deshacía de alegría.

-¿Qué onda Mili? -saludó brevemente Facundo, mientras le daba un beso, y se dirigió a su madre- ¿Están listas las empanadas, ma?
-Escuchame una cosa vos, ¿cómo vas a dejar que tu mujer cargue las bolsas hasta acá? Yo no te eduqué así.
-Dejate de joder, mamá, si eran dos boludeces.
-No importa cuántas sean. Sé caballero, que te hayas casado no es excusa para dejar de ser atento.
-Yo soy atento, pasa que no quiero andar llevando bolsas porque se me marcan los tubos, y por ahí alguna me ve y se enamora, viste.
-¡Pero qué te hacés! Si son pura grasa esos brazos -burló Yamila, que había regresado a la cocina.
-¿Pura grasa? ¿Ah sí? Vení y tocá -contestó él, flexionando el brazo.
-¡Tomatelá! Andá a hacerte el lindo con la china, que parece que te gusta.
-¿Cómo es eso? -preguntó Mila, tentada.
-Ah sí, ¿no te contó? Se le anda haciendo el gato a la china. Le dice “buen día”, “buenas tardes”, “muchas gracias”, y hasta le preguntó el nombre.
-Soy educado nada más, como ella nos enseñó -justificó Facundo, abrazando a Rosa- ¿no, ma?
-Sí, dale, hacete el pelotudo nomás. Encima la china le sonríe, ¿qué se piensa la trola esa, que va a venir a mi país a levantarse a mi marido? Falta nomás que se quiera comer al Picho en un asado y ahí ya está, soy la boluda del barrio... Bueh, re sacada, ja ja. Igual, dale, ¿qué le andás sonriendo a un tipo casado?
-Quizás sonríe porque no entiende lo que Facu le dice -sugirió Mila.
-¡Qué no va a entender la china esa! Los chinos se hacen los que no entienden nomás, pero la tienen re clara -aseguró Yamila.
-Yami, ¿las magdalenas? -interrumpió Rosa.

Facundo y Yamila se miraron, y él confesó:

-Uh, nos re olvidamos…
-Andá a comprarlas, dale -incitó Rosa.
-Voy cuando abra a la tarde -propuso él.
-No, porque quiero que las comamos de postre.
-Voy yo, ma -sugirió Mila.
-Bueno, comprá las que tienen dulce de leche. Esperá que te doy plata.
-No, no me des, no hace falta.
-No, pará, ahí te doy -insistió la madre.

Tras recibir el dinero, Mila fue hasta el supermercado y agarró un paquete de magdalenas. Antes de irse, recorrió brevemente las góndolas, hasta ver a un chico en cuclillas, con los auriculares puestos, y ordenando unos productos.
Se le acercó mordiéndose los labios con picardía, y le tocó el hombro. El jovencito se asustó, se sacó los auriculares, y se puso de pie.

-¿En qué puedo ayudarla, señorita? -contestó, con una mezcla de timidez y seriedad.
-Sos el repositor más formal del mundo, qué ternura… ¿No me reconocés? -preguntó Mila con alegría.
-¿Mili?
-La misma -contestó, y le dio un abrazo- ¿Cómo estás, tanto tiempo? Veo que estás trabajando, me siento impresionada. Ya sos todo un hombre.
-Y no sabés cómo laburo, el chino me tiene de un lado para el otro.
-Me imagino…
-¿Qué hacés acá, Mili? No te veo hace una banda, pensé que te habías ido del barrio.
-Me fui, pero vine a visitar a mi familia. Me contó mi mamá que estabas laburando acá, y quería ver si te cruzaba, además tenía que comprar unas magdalenas -detalló, mientras le mostraba el paquete- Me acordé de vos porque vi la heladería a la que íbamos, Los Alpinos, y está cerrada.
-Cerró porque van todos a Grido ahora. Dicen que el dueño se rajó y dejó un montón de deudas. También pagaba un fangote de guita de luz el viejo y eso le re jodió el negocio, lo escuché de una señora que estaba comprando acá.
-Tremendo. También vi locales de ropa liquidando…
-Seh, pero los de ropa hace como un año que están liquidando. Son medio truchos esos.
-¿Tan truchos como los muñecos de Los Simpsons que estaban en Los Alpinos?
-Ja ja, ¿te acordás de Lisa? Re deforme era ja ja.
-Por supuesto que me acuerdo. Eran lindas épocas…
-Sí… -adhirió Lucas, como esperando que Mila continuara la conversación.
-Bueno, te dejo tranquilo. ¡Re bueno verte, Luqui!
-Gracias Mili, me pone re contento verte también -dijo, rascándose la nuca- Por ahí podemos seguir hablando, si querés.
-Claro que sí pero, ¿cómo hacemos? Yo vivo un poco lejos de acá -explicó Mila mientras un chino pasaba por detrás de ellos, mirando fijamente a Lucas.
-Si querés pasame tu Whatsapp y hablamos, así no la cortamos. Te tengo el re aprecio, y estaría bueno retomar contacto, ¿no? -expresó Lucas, evidentemente nervioso.
-Me encantaría, pero mejor pasame vos tu Whatsapp, por si me arrepiento cuando llego a casa y al final prefiero no hablarte -bromeó ella, a la vez que el mismo chino volvía a pasar por detrás de ellos, pero en dirección contraria a la anterior.
-Uh, está re gede este chino, te paso mi número y vuelvo a laburar porque si no después se pone re loco.

Mila agendó el número y se despidió. Cuando estuvo a unos metros, Lucas pidió:

-No colgués en escribirme Mili, eh.
-Si me decís “Mila”, tal vez no cuelgue.
-¿Mila?
-Sí, me gusta más.
-Dale, te voy a agendar como Mila… ¡Mila-nesa!

Mila rió disimuladamente, y fue hasta la caja para pagar las magdalenas. Le dijo “buenos días” y “muchas gracias” a la china que le cobró, pero ella ni siquiera la miró.


Parte 8: https://unperfectoplandelfin.blogspot.com/2019/08/mila-bianca-parte-8.html


Escrito por Tomás Bitocchi


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