domingo, 18 de febrero de 2018

El ángel de la guarda

-Hola, papá.
-¿Cómo estás hija?
-Bien, cansada. Perdoná que te traiga a la nena de golpe, es que salió este compromiso y si no voy me van a matar. Ya sabés cómo son en el laburo…
-Hija, despreocupate -contempló, mientras tomaba el hombro de la mujer- ¿Dónde está la princesita?
-Se fue directo a la habitación apenas abrí la puerta. Está medio ofuscada, porque vino el padre a la salida.
-¿Qué pasó?
-Se la quiso llevar, las maestras lo tuvieron que agarrar, vino la policía… un desastre. Me dijeron que lo iban a custodiar pero, la verdad, ya no les creo, por eso te la traigo, ya sabés.

-Qué tipo malnacido, ¿por qué no lo denunciás? -replicó, un poco eufórico.
-Dale, papá, ¿no te acordás que lo quise hacer y ni pelota me dieron? Además, si acaso funcionaran las denuncias, esos procesos llevan miles de años, y las órdenes de restricción no las hace cumplir nadie. Prefiero encargarme yo.
-Pero, entre que te bancás estas cosas, te puede robar a tu hija y desaparecer.
-Se la lleva y lo sigo hasta los confines de la Tierra, ¿ok? -contestó, con firmeza.
-Sos dura hija, igual que tu madre.
-La extraño, ¿cómo estás vos con eso?
-Es difícil, todavía no me acostumbro a que no esté. Igual, no te olvides que tu mamá sufrió mucho los últimos años. Por un lado me pone bien que ella ya haya dejado de sufrir, pero extraño hablarle, verla, tomarnos un mate...
-Los médicos son unas ratas, ¿viste? Voy a ir a hacer mierda ese hospital algún día.
-Ya está, olvidate de eso, ¿cuánto tiempo más podría haber vivido? Su enfermedad era jodida de por sí, con un buen tratamiento a lo sumo habría estirado un par de años.
-Pero no soporto la idea de la negligencia de esos imbéciles. No puedo creer que pase lo mismo en todos lados, da igual si vas a un hospital privado o público, son todos basura -agregó, y recaló en tensión. Ante esto, su padre la abrazó, y calmó.
-Ya está, hija, ya está. Andá al evento y avisame cuando estés por venir, así preparo a la chiquita, ¿ok?
-Sí, tenés razón. Gracias, pa.
-No me agradezcas, ser abuelo conlleva este tipo de tareas, je je. Dame un abrazo y andá.

Se abrazaron, saludó a su hija con un grito, y se fue.



El abuelo fue a la cocina y preparó una chocolatada en una taza con sorbete curvo, para luego llevársela a la pequeña. Al llegar al cuarto, le habló a su nieta:

-Hola, hola, ¿quién quiere chocolatada?

La niña seguía con gesto reticente.

-¿Fue tu papá a la escuela hoy? -consultó el hombre, sin filtros.
-Sí -acotó ella.
-No te gustó…
-No.
-¿Le dijiste a tu mamá lo que pensás?
-No.
-¿Por qué no hablás con ella?
-Porque ella lo quiere todavía.
-¿Cómo sabés eso?
-Porque si no ya no hablaría con él.
-¡Tan chiquita y con tanta razón! Sos inteligente, saliste igual a tu abuela, ¿sabías? Yo a tu edad no me daba cuenta de tantas cosas.
-¿Dónde está la abuela? -preguntó, como ignorando el comentario.
-Está de viaje -contestó, con poca firmeza.
-Hace un montón está de viaje -replicó la nieta, mientras le intentaba arrancar los brazos a un muñeco.
-Sí, es que le gusta mucho viajar.
-¿Y por qué no vas con ella? -apuró.

El abuelo, pensativo, se sentó en el borde de la cama y, con gesto de tristeza, dijo:

-Porque ella prefiere ir sola.
-¿Por qué?
-Porque lo disfruta más -explicó, casi entre lágrimas.
-No llores, abue -pidió la pequeña, mientras se incorporó levemente en la cama.
-¿No le das un abrazo a tu abuelo? -pidió el hombre, todavía con gesto de tristeza.
-¡Sí! -afirmó, tras lo que se puso de rodillas sobre el colchón, y abrazó al hombre.
-Cuidado, acordate que tu abuelo es viejo y le duele la espalda, ponete mejor así -pidió, mientras acomodaba a la niña sobre su falda, tras lo que las pequeñas piernas de la niña quedaron rodeando la cintura de su abuelo, con sus cuerpos enfrentados. Entonces, el abrazo fue completo, y añadió:
-Sos la alegría de mi vida, hijita. Das re lindos abrazos, tu mamá debe estar orgullosa.
-¡Nadie se pone orgulloso por eso! -dijo, jocosa.
-¡Claro que sí! -respondió el abuelo, mientras sus manos mimaban la espalda de la chiquita, alternando movimientos por debajo de la remera, eventualmente descendiendo un poco más de la cuenta.
-Me quiero bajar -pidió la nieta, inmediatamente.
-Ahora bajás, me gusta abrazarte -contestó el sujeto.

Entonces, su mano derecha descendió por la espalda hasta la cola de la niña, la cual apretó con suavidad. Luego bajó un poco más y, suavemente, empezó a mover un dedo en su entrepierna.

-¡Me quiero bajar, abuelo! -reclamó la pequeña, a lo que el anciano respondió tomando su cabeza, y apoyándola contra su pecho, de forma tal que la chiquita no pudiera emitir sonido.

La nieta intentaba salirse con todas sus fuerzas, pero eran ínfimas al lado de las de su familiar, que con su mano sostenía la cabeza, y con el resto del brazo apretaba la espalda, de forma tal que las piernas de la niña no pudieran hacer fricción suficiente para escaparse.

El abuelo, habiéndola inmovilizado, sacó breves segundos su mano derecha de los genitales de la nena, chupó su dedo mayor, e intentó introducirlo, aunque con cierta dificultad. La pequeña, a todo esto, seguía forcejeando, entre llantos y gritos opacados por la presión que ejercía el hombre sobre su cabeza.

-Tranquila, esto te va a servir para cuando seas más grande, no te asustes. Te duele porque al principio es así, pero no te asustes -intentó calmar el sujeto, aunque sin éxito.

Al fracasar en su intento de masturbarla con suavidad, el abuelo hizo fuerza repentina sobre los genitales de la niña, logrando esta vez su cometido, pero haciéndola estallar en un llanto mucho más poderoso que antes. Visto esto, el tipo se incorporó rápidamente y acostó a la nena, a la cual nunca le sacó la mano de la boca, pero de la que se llevó varios golpes en esos instantes.

Para menguar la resistencia de su nieta, el hombre apoyó su rodilla en el estómago de ella, mientras se desabrochaba el pantalón. Con su miembro erecto y ya al desnudo, le arrancó los pantalones a la chiquita. Sin dilación, acercó la punta de su pene para penetrarla.
La nena gritaba con mucha más furia, y ahora mordía la mano de su abuelo, que alternaba algunas cachetadas fuertísimas, para aplacar la lucha de su nieta.

-¡No me muerdas, mi amor, no me muerdas! -gritaba el hombre, entre dolorido por las mordidas, y excitado por la situación, mordiéndose el labio inferior de tanto placer.

Entonces, el timbre de la casa sonó.

El abuelo entró en pánico, y cesó con su actividad. Sin embargo, no bajó a ver quién era, por el contrario, tapó la boca de la niña con más énfasis, y la llevó al baño. Allí encendió la ducha, y cerró la puerta.

-No grites, por favor, que llegó tu mamá, por favor no grites -solicitó el abuelo, mientras la niña sollozaba, aunque ya no gritaba- bañate un poquito, y lo que pasó no se lo cuentes a tu mamá, ¿sí?

La nena no contestó. Mientras, se escuchó el timbre una vez más.

-No le cuentes, no seas tonta, si le contás te va a pasar algo muy malo, como lo de hoy, pero peor, ¿entendés? Yo te quiero mucho como para lastimarte.

La chiquita seguía sin contestar.

-¿Vas a decirle algo a tu mamá? -insistió, con aire violento.
-No -respondió, temblorosa, y con algo de sangre entre sus piernas.
-Gracias, mi amor, te quiero mucho -replicó, apurado, y besó su frente.

El sujeto se abrochó el pantalón y, simulando naturalidad, salió del baño y bajó las escaleras para atender la puerta. Para su sorpresa, ésta ya estaba abierta. El hombre, nervioso, comenzó a preguntar en voz alta, mientras miraba alrededor:

-¿Hija? ¿Hija?

En ese instante se escuchó un ruido, y el abuelo se dio vuelta. Enfrente suyo había un hombre de aspecto deteriorado. Con gesto de horror, lo increpó:

-¿Qué hacés acá? ¿Cómo entraste?
-Tengo la llave.
-¿Qué querés? ¿Por qué dejás la puerta abierta? ¡¿No ves que me pueden entrar a robar?! -agregó, furioso.
-No me rompas las bolas, viejo de mierda -despachó el intruso.
-¿Qué querés? ¿Qué buscás acá?
-A mi hija, la seguí a mi mujer y vi que te la dejó, ¿dónde está?
-No es tu mujer, y ya no es tu hija, andate -expresó, firme, el abuelo.

El padre de la niña empezó a recorrer la casa, acompañado de los insultos del dueño de la casa, hasta que llegó al baño, donde escuchó la ducha. Allí abrió la puerta, y vio a la niña tirada al borde de la bañera, casi inmóvil, con un rastro de sangre que salía de sus piernas.

-¡¿Qué mierda pasó acá?! ¡Hija! -sostuvo el recién llegado, que se acercó y quedó observando los ojos de la pequeña. Tras ver su mirada perdida, se reincorporó, y acudió a la sala principal, donde recién estaba el abuelo.

Corrió hacia la escalera, agarró a su ex suegro (que continuaba insultando), y gritó "¡Viejo violador! ¡Hijo de re mil puta!", tras lo que pateó al hombre, que cayó inevitablemente por los escalones, rodando hasta la sala principal.
Eufórico, el padre tomó los frascos que el pedófilo tenía en esa parte de la casa y, uno por uno, los fue reventando sobre su cabeza. Cuando no quedó ninguno, se dedicó a patear su cráneo, hasta que el abusador no dio más señales de vida.

Una vez concluida la catástrofe, el padre volvió al baño a buscar a su hija, y se la llevó entre brazos. En la vereda había algunos vecinos que comentaban sobre el ruido que había en la casa. Éstos gritaron cuando vieron al hombre corriendo con su hija ensangrentada en brazos, y luego metiéndola dentro del auto. La confusión invadió la vereda.

Finalmente, aceleró a toda velocidad, dobló en la primera esquina, y todos lo perdieron de vista.

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