martes, 9 de enero de 2018

La casa del abuelo



Ambos entraron en una casa diezmada, donde un cartel anunciaba “Se vende”, y debajo tenía un número de teléfono. Entraron sin tocar el timbre, y un tipo con barba espesa esperaba sentado, mientras apoyaba sus brazos sobre una mesa redonda. Uno de los visitantes, el más gordito, le preguntó:

-¿Esta es la “Casa del abuelo”? -mientras hacía gesto de comillas con sus dedos, a la par de una sonrisa burlona.
-¿La qué? -respondió el barbudo, con gesto de confusión.
-La “Casa del abuelo” -repitió, ya intentando contener la risa.
-Sí, es esta. Acá vive el abuelo.

El barbudo tomaba de una taza de la que salía vapor.

-Esto es té -explicaba, mientras sostenía su taza- Esto es té.

Los visitantes se miraron. El más gordito, que tenía zapatos negros, y estaba vestido de traje, contestó:

-Nos alegra mucho que tomes té. Y también que estés usando ropa limpia -dijo, nuevamente con una sonrisa burlona.
-¿Sabían ustedes que, en algunos países, el té es considerado una bebida para calmar la sed? -comentó el barbudo.
-¿Que el té no calma la sed de por sí?
-Sí, pero en algunas naciones es una bebida por excelencia para calmar la sed. Es la primera opción.
-¿Incluso en verano?
-Incluso en verano.
-Yo no entiendo algo -añadió el compañero del gordito, que era petiso y musculoso- ¿Por qué usás barba? ¿Qué querés parecer?
-La uso porque me gusta -aseguró, mientras se ponía visiblemente incómodo.
-Te querés hacer el fachero con la barba, y no te da la nafta -increpó el petiso- Afeitate, forro.
-Pero a mí me gusta, no quiero afeitarme -repitió, todavía más incómodo que antes.

El petiso entonces se puso detrás de él y le intentó arrancar los pelos de su cara.

-¡¿Qué hacés, qué te pasa?! ¡Ay, me duele, basta! -gritó el agredido, mientras volcaba el té y la taza se rompía.
-Te voy a sacar yo la barba, hijo de mil puta -decía con odio el agresor.
-¡No quiero! ¡Soltame, basta!
-Ni debés saber afeitarte de tan pelotudo que sos, ¡quedate quieto, enfermo, o te cago a piñas también!
-¡Dejame en paz! ¡Basta, por favor, basta! -rogaba el agredido, con el rostro enrojecido, lágrimas brotando de sus ojos, y forcejeando como podía de espaldas.

En ese momento, el petiso sacó un encendedor, de esos que mantienen la llama encendida aun cuando no se esté presionando ningún botón, y comenzó a intentar quemarle la cara. El barbudo se levantó de su silla para evitar el ataque pero, cuando intentó escapar, se tropezó y cayó al suelo. Entonces, el musculoso se le sentó encima.

El más gordito, que había permanecido callado ante esta escena, le pidió a su compañero:

-Ya está, dejalo tranquilo, boludo…
-¿Ahora te hacés el bueno? ¡Si recién te le cagabas de risa! ¡Cerrá el orto, gordo forro!
-Bueh, hacé lo que quieras -contestó, con resignación.

El violento le prendió fuego la barba pero, gracias a sus manotazos, la víctima logró acertar y arrojar el encendedor a otro lado. El agresor, enfurecido, lo ahorcó hasta ponerle la cara más roja todavía. Segundos después, cuando se escuchó un auto estacionar, cesó el abuso.

-Pobre pibe, lo dejaste hecho mierda-acotó el espectador, mientras su compañero se levantaba.
-Callate, bobo, ¿qué te hacés? -contestó el violento, mientras el barbudo continuaba acostado.
-Es que, una cosa es que lo jodas cuando el chabón se pone denso, pero esto… No sé, acabamos de llegar, boludo. No da hacer lo que hiciste sin ninguna razón.
-Si no entiende nada, ¿qué te importa lo que le haga? Vos te le reíste cuando llegamos y no te veo culposo por eso.
-¿A vos te parece que es lo mismo reírme que lo que vos hiciste?

El más gordito empezó a fumar, mientras su acompañante le recriminaba que era “malo para la salud”. En ese instante, un hombre mayor ingresó a la cocina. La víctima seguía en el suelo, respirando agitadamente.

-Hola abuelo -dijeron al unísono el gordito y el petiso.
-Hola chicos, ¿cómo están? -consultó y, casi inmediatamente, levantó las cejas- ¿Qué pasó acá? ¿Esos son vidrios?
-No pasa nada, abuelo, jodíamos con Franquito y se cayó la taza -dijo el fumador- Ahora se quedó ahí y no se levanta, ¡tiene cada ocurrencia!                 
-Ah, qué bueno, me gusta que se lleven bien, hace rato que Franquito no habla con nadie -acotó, mirando al vencido, que observaba al techo.
-Nosotros lo queremos mucho -expresó el más gordito, con una sonrisa.
-Sí, les agradezco, ¿me esperan que le doy la medicación? El psiquiatra el otro día cambió la dosis, porque se ve que la anterior no alcanzaba.

El viejo, como pudo, le dio la medicina a Franco y, una vez que tragó la pastilla, se quedó mirándolo preocupado. Luego le tocó el rostro, y preguntó:

-¿Qué te pasa, Franquito? No te veo bien. Levantate, dale.

Franco no respondía.

-Decime Franquito, ¿qué te pasa?

Seguía sin contestar.

-Chicos -dijo y miró a los visitantes- ¿tienen idea si le pasó algo? Hoy cuando me fui estaba lo más bien…
-No, ni idea -respondieron al unísono.
-Qué cagada, este chico está cada vez peor. Bueno, espero que con la dosis más fuerte mejore, no quiero que lo internen porque siempre me lo devuelven peor.
-No te hagas problema, abuelo, ahora lo sacamos a pasear así se despeja y nos cuenta qué pasó -calmó el gordito.
-Muchas gracias chicos -dijo el hombre mayor, mientras miraba al abusado- Yo les diría que lo lleven en la silla de ruedas, no creo que puedan lograr que se mueva.


Finalmente, entre los dos visitantes subieron Franquito a la silla de ruedas y, con una despedida muy bondadosa del abuelo, salieron de la casa para sacarlo a pasear.

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