La vereda de enfrente
Finalizada la llamada, atendí el timbre y le avisé a Helena
que enseguida le abría, pero me dijo que justo ingresó alguien al edificio y que entraría a la par de esa persona, así que no era necesario que yo bajara
para darle la bienvenida. Sólo tenía que esperarla en mi casa.
La charla con Ástrid me había dejado con muchas ideas en la
cabeza, pero también con temores. ¿Cuándo iba a hacer yo esa reflexión interna
de la que ella hablaba? ¿Cuánto de mi vida actual ponía en juego en pos de
conocerme mejor? Mis amigos son muy buenos chicos y me bancaron siempre, pero
no puedo asegurar que sobrevivan tras un análisis de esas características. No siempre
soporto actitudes de ellos, ni comulgo con sus ideas.
Por ejemplo, hace poco más de un mes nos juntamos a tomar algo
en un bar muy concurrido, y me di cuenta que, si bien hablamos un rato largo,
no estuvimos conversando sobre nada en realidad. Tópicos como “tal mina no me
da bola”, “¿viste el auto que se compró ese?”, “qué buen culo que tiene
fulana”, fueron los más frecuentados en esa mesa, y me sentí terriblemente
vacío. Vacío de interés y de motivación. ¿Qué objeto tenía conversar esos
temas? ¿Cuánto puedo hablar de qué tan grandioso es el auto que se compró
alguien, o del culo de una mujer? Sentí que hablábamos por hablar… para llenar
tiempo.
Estuve callado esa noche, y ellos lo notaron. Sobre todo
Martín, que siempre fue el más atento, pero yo negué cualquier malestar o
incomodidad.
Para ese entonces, ya le había dicho a Ástrid de encontrarnos,
pero ella no quería. Siempre leía sus comentarios en Facebook, y me intrigó
hablarle porque decía cosas distintas a otras mujeres que había conocido.
Hablaba con mucha más certeza que ellas, como si tuviera claro qué y cómo lo
quería decir, y no simplemente vomitara frases por espasmo. No sé si estaba de acuerdo
con todo lo que decía, pero sus comentarios me daban mucho en qué pensar.
Todavía me da en qué pensar, pero a veces me preocupa estar pensando
demasiado. De hecho, no creo tener el valor para hacerlo al punto que ella lo
ejecuta. Además, ¿cómo podría saber cuándo llegué a la pregunta final? ¿Cuál es
el límite de lo que nos podemos cuestionar? ¿Cuándo deja de ser sano hacerlo?
Entonces, tocaron la puerta de mi departamento, y fui a abrirla.
Apenas lo hice, Helena se acercó
a mí, cerró la puerta con su pierna, y comenzó a besarme parada sobre la punta
de sus pies. Me besaba en la boca y en el cuello, moviendo sus manos con rapidez
a lo largo de mi espalda. Yo seguí el juego, y también puse mis manos sobre
ella, apretando fuerte su pecho durante unos instantes, para luego bajar mi
mano hasta adentro de su pantalón.
Sus movimientos comenzaron a tensarse cada vez más, y por eso
me tomaba cada vez con más fuerza, mientras yo movía mis dedos entre sus piernas.
Helena gemía suavemente con los ojos cerrados, a la vez que me clavaba sus uñas en el
brazo.
Con la mano que me quedaba libre, le saqué la remera, y ella hizo lo
mismo con la mía, tras lo que empezó a desabrochar mi cinturón. Una vez que
terminó de hacerlo, saqué mi mano húmeda de entre sus piernas, y la tomé de la
cintura, para finalmente darla vuelta, y ponerla contra la pared.
La agarré con firmeza, y la penetré profundamente, haciendo que se mojara cada vez más, mientras su espalda empezaba a
transpirar. Helena gemía ahora a los gritos, mientras yo apenas podía resistir
mi orgasmo.
Así estuvimos varios minutos hasta que, cuando ya no pude
aguantarme, me salí de ella, y eyaculé sobre su cuerpo. Durante unos instantes nos quedamos quietos pero agitados, como recuperando energía, en ese lapso luego del orgasmo que parece durar una eternidad.
La escena terminó con la pregunta de Helena:
-¿Me limpiás vos o me limpio yo? Porque me está cayendo todo
por la espalda y la cola… ja ja.
-Perdón, ahí te limpio -contesté, rápidamente, tras lo que
fui a buscar papel y la ayudé a secarse.
-Gracias -dijo, una vez que su espalda quedo limpia.
-De nada. Che… vos tomás pastillas, ¿no?
-Sí, quedate tranqui. Estuvo muy bueno lo que hicimos, ¿no?
-Obvio, no me esperaba que vinieras con tantas ganas…
-Yo te advertí, no te ibas a salvar, ja ja. ¿Dónde está el
baño?
Le indiqué dónde estaba, primero fue ella y luego yo. Después
nos sentamos y abrí una cerveza. Ella no se sacaba la sonrisa de la cara, y
empezó a hablar:
-¿Cómo te fue hoy?
-Bien, fue un día dentro de todo tranquilo en el trabajo, ¿vos
qué tal?
-Re bien, me desperté como a la una, leí unos apuntes, y bueno
después vine para tu casa, no mucho, ja ja.
-Bueno, estuviste tranquila entonces. Che, ¿te quedás a
dormir, no? -consulté.
-No, no, más tarde me tomo un taxi y me voy a lo de una amiga,
así mañana salgo con ella hacia la facultad.
-Ok.
-¿Qué te pasa? Tenés cara de pensativo, ¿no la pasaste bien
recién?
-Sí, sí, la pasé re bien. Es que, hay una pregunta que está
dando vueltas por la cabeza.
-¿Cuál?
-¿Vos creés que es sano pensar demasiado?
Me miró extrañada, pero igual me siguió la corriente:
-Depende para qué... -respondió.
-Por ejemplo, para saber si estás conforme con tu vida.
-Si pensás mucho, seguramente vas a ser infeliz.
-¿Por qué?
-Porque los humanos nunca nos conformamos, siempre le
encontramos la vuelta a todo. Estamos insatisfechos por naturaleza.
-¿Y no te parece que escarbar hasta lo hondo de nuestras ideas
puede llevarnos a sentirnos mejor con nosotros mismos?
-A veces sí, y otras no. Creo que todo tiene que ser en su
justa medida. Pensar lo justo, hablar lo justo, y hacer lo justo. No hay que
dar más de lo que el otro o uno está dispuesto a tolerar.
-¿Y si uno quisiera ser generoso?
-Tenés que aceptar que corrés un riesgo -dijo, dando un
trago a su cerveza.
-Es que... Mirá, te cuento. Hace poco salí con mis amigos, y la verdad que durante el
encuentro sentí que nos la pasamos hablando cosas sin importancia. Bah, al
menos fueron cosas que a mí no me importaban.
-Bueno, con los amigos es así, ¿sabés la cantidad de veces que
mis amigas me comentan cosas que no me interesan? Pero hay que bancarlos,
porque son nuestro sostén.
-Sí, puede ser…
-¿Qué pasó? ¿Por qué tenés estas dudas?
-Es que conocí a una chica, y medio que ella potenció algunas
incógnitas que tenía dando vueltas.
-Ah… esa que me contaste, ¿no? La chica de negro. La que te
gusta.
-Sí.
-Mirá, no la conozco, ni nada por el estilo, pero te
recomiendo que te juntes con personas que te hagan bien, no que te provoquen
comerte la cabeza cuando llegás a tu casa.
-¿Decís que la corte con dar tantas vueltas sobre estos temas?
-Sí, olvidate. Lo único que importa es ser feliz, y si
cuestionarte todo te hace mal, no lo hagas. No sirve de nada tratar de entender
todo lo que pasa por nuestra cabeza.
Luego de esta frase, Helena terminó por vaciar su vaso, y se
volvió a servir. Hablamos un rato más, y luego me propuso ir a la cama. Tuvimos sexo otra vez.
Fue menos eufórico que cuando llegó, creo que yo
estaba algo más distraído. Aun así, la pasamos bien, y quedamos en volver a vernos
pronto. Poco después, ella se fue, y quedé solo nuevamente en mi casa.
Me tiré a la cama, agarré el celular, y le escribí a Martín.
Necesitaba saber qué pensaba él de todos estos planteos que venía haciéndome:
-Tincho, ¿todo bien?
-¡Locura! Sí, tranqui. ¿Qué onda vos?
-Todo bien también.
-Buenísimo.
-Che, te escribo por algo en particular. Ando medio
complicado.
-Uh, ¿qué pasó?
-Es difícil de explicar…
-Contame, boludo, a ver si te puedo ayudar…
-No sé cómo decirlo, en realidad.
-¿Es por esta minita del otro día? ¿Ástrid se llama?
-Sí.
-Boludo, cortala, es horrible esa piba, tenés un millón de
minas en el mundo como para clavarte con esa. No duermas, sos un pibe de oro,
si no te sabe valorar, ella se lo pierde.
No me animé a decirle todas las dudas que me atravesaban.
¿Cómo explicarle a un amigo algo como esto sin ofenderlo? No
supe hacerlo, no pude. Por eso, después de un rato, le contesté:
-Gracias, Tincho. Ahora me voy a dormir, que no doy más.
-Estás re raro últimamente, tenés que relajar. Cualquier cosa
te levantamos el ánimo, salimos a algún lado copado o nos juntamos con algunas
pibas, ¿dale?
-Sí, dale.
-¿No te estará faltando ponerla a vos, no? Jaja.
-Jaja, bueno, ahora sí, me voy.
-Dale, nos vemos loco.
Dejé el celular en la mesita de luz, y me quedé mirando el techo
mientras me agarraba la cabeza. Ya no sabía qué pensar.
Minutos después, me acomodé para dormir.
Las horas hasta el miércoles pasaron con relativa velocidad, sin
ninguna señal de vida de Ástrid mediante. Habíamos quedado en que ella me pasaba a
buscar, pero como salía después que yo, no me quedaba otra que hacer tiempo en mi oficina.
Por las dudas, le pregunté si recordaba que nos juntábamos.
-Sí, sí. Si querés puedo llegar para la hora que vos salís,
hoy entré más temprano, así que puedo salir antes -me propuso.
-¡Buenísimo! Dale, te veo cuando salgo entonces.
Al darse la hora de salida, bajé con Martina, la
amiga de Helena, que me preguntó algunas cosas sobre nosotros dos. Traté de
esquivar el tema, a pesar de su insistencia, y llegamos juntos a la puerta del
edificio del laburo.
Enfrente vi a una chica vestida
de negro y fumando, supuse que era Ástrid. Por eso, me despedí rápidamente de Martina, y enfilé hacia la esquina para cruzar, pero en mi camino sentí que alguien me tocaba el
hombro: Era Helena.
-Hola, ¿no? -bromeó.
-¡Hola! -grité sin querer,
mientras miraba la vereda de enfrente con pavor.
-¡Vení para acá! -exigió
jocosamente, y me agarró la cara para besarme.
Me quedé congelado, y no pude
esquivar su beso. Ante mi extraña reacción, preguntó:
-¿Estás bien?
-Sí, perdón, es que estoy
apurado.
-Bueno no te jodo entonces, andá
tranquilo. Yo vine a ver a Martu igual. Hablamos y arreglamos para juntarnos, ¿dale? ¡Nos vemos! -contestó, y se despidió con otro beso que esta vez sí atiné a eludir, de manera tal que terminó dándomelo en la comisura de mis labios.
Helena se fue por el lado
contrario al mío, pero yo todavía no había podido salir del pánico que me provocaba que Ástrid pudiera estar viendo la situación.
Con temor, observé la vereda de
enfrente, pero la chica de negro había desaparecido.
PARTE 18 (final) https://www.tomasbitocchi.com/2016/07/astrid-parte-18-final.html
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