Una experiencia única
Ástrid llegó vestida de negro, calzando zapatillas azules.
Su pelo negro brillaba a la luz de los faroles, y en su mano reposaba un
cigarrillo. Abrí la puerta y me saludó:
-Feliz cumple.
-¡Gracias! -contesté- ¿Entramos?
-Bancame, que termino el pucho -respondió.
-Mirá que arriba hay balcón, podés fumar ahí.
Ástrid me fulminó con su mirada: “Lo termino acá”, insistió,
y no se movió de su lugar. Ante esta situación, cerré la puerta del edificio, y
me quedé junto a ella en la entrada.
-¿Cuánta gente hay? -preguntó ella.
-No sé, poco más de veinte -calculé.
-¿Y qué están haciendo?
-Algunos charlan, otros preparan tragos, y el resto baila.
-Está bien -comentó, mientras tiraba el cigarrillo, y
amagaba a prender otro, un tanto temblorosa.
-¿Qué pasa, Ástrid? -le pregunté, tomándola suavemente del
brazo.
-Hace mucho no veo tanta gente junta en situación de ocio.
-¿Tenés miedo?
-Sí, no confío mucho en lo que estoy haciendo -explicó, a la
vez que efectivamente encendía un nuevo cigarrillo.
-¿Por qué lo decís?
-Porque no estaba segura de venir, y realmente sigo sin
estarlo. No creo que dé el perfil para este tipo de juntada que armaste.
-Ástrid, te prometo que voy a estar cerca tuyo toda la noche
-le aseguré, mirándola a los ojos.
-Yo no quiero eso. Lo único que necesito es tener la
libertad para irme cuando quiera -arrojó, desestimando mi propuesta.
-Eso ya lo tenés.
-¿Seguro?
-Sí, eso va por cuenta tuya.
-O sea que, si me quiero ir en diez minutos, vos vas a
abrirme la puerta sin problema.
-Eh… Bueno, si así lo quisieras, sí.
-Genial, entonces -celebró, dándole otra pitada a su
cigarrillo.
-¿Entramos? -apuré, gentilmente.
No contestó, tiró su cigarrillo, y se dispuso a ingresar
conmigo. Abrí la puerta, y entramos al ascensor. Mi amigo tenía su departamento
en el piso 16.
Durante el ascenso no dije nada, pero miraba a Ástrid con
mucha curiosidad. Ella parecía sorprendida por el trayecto del elevador.
-¿No tenés ascensor en tu edificio? -pregunté, como para
sacar conversación al respecto.
-Sí, hay, pero no tiene esta iluminación. Fijate cómo se van
colando por las pequeñas rendijas algunas luces externas.
-Ajá… -asentí, como buscando lo que me estaba describiendo.
-La intermitencia de estas luces hace parecer que el
ascensor va mucho más rápido, como cuando uno parpadea a mucha velocidad.
-Nunca lo había pensado así -acoté.
De repente, Ástrid miró hacia el techo y balbuceó:
-No hay nada que desee tanto ahora como que este ascensor
vaya cada vez más y más rápido, al punto tal que se escape de este edificio, y
flote aunque sea unos segundos en el cielo, para después llevarme a mi casa.
No contesté. ¿Qué podría decir ante algo así? Simplemente
observé cómo terminó bajando la mirada hacia sus pies, y luego cerró los ojos
hasta que llegamos al piso indicado. Una vez allí, pasamos al departamento.
Ástrid me siguió, pero no pude escuchar si saludó a las
personas que estaban dando vueltas en la casa. Creo que simplemente me escoltó
en silencio hasta el balcón. Allí la presenté:
-Chicos, ella es Ástrid.
Todos la saludaron al unísono, y continuaron la conversación
normalmente.
Diego comentaba sobre el viaje que hizo al Caribe con sus
primos, contando qué distintas eran las fiestas allá, en relación a las que
tenemos en Buenos Aires. “Allá no se andan con vueltas, ni las minas ni los
tragos, ja ja”, bromeaba, mientras las chicas se reían, y mis amigos también.
Después de relatar su viaje, mis compañeras de trabajo
contaron el suyo. “No sabés lo lindo que es Miami, con razón todos quieren ir
ahí. Es un paraíso. Europa está bueno, pero Estados Unidos tiene algo especial,
y New York ni te cuento. Es la capital del mundo, pero total, eh, me encantaría
vivir ahí”, decía una de las chicas mientras se ponía la mano en el pecho, como
conmocionada por su vivencia.
Nacho no se quiso quedar atrás, y contó la travesía en
crucero que hizo con Martín. Diego y yo no fuimos porque no nos dieron las vacaciones
en esa fecha, pero ellos la pasaron bárbaro. “Minitas, alcohol, fiesta. Todo
junto, todo el tiempo. Es la tierra prometida. Una experiencia de una sola vez
en la vida”, juraba Nacho.
Cuando las anécdotas individuales se agotaron, Diego sacó a
la luz nuestro viaje de egresados, y todas las cosas que pasamos. Algunas
historias me dieron vergüenza pero, al fin y al cabo, eran divertidas, como
todas las cosas que nos pasan cuando somos chicos.
A pesar que estuvimos hablando más de una hora, entre trago
y trago, Ástrid no dijo ni una palabra, y tampoco tomó ninguna bebida.
Recién pasado ese rato largo, encendió un cigarrillo, pero
una compañera de trabajo la interrumpió:
-Ay, disculpame, a mí el humo de cigarrillo me hace re mal.
¿Te jode si lo prendés después?
En respuesta, Ástrid lo apagó, pero continuó sin hablar.
Apenas un momento después, me susurró al oído: “¿Puedo fumar adentro?”.
Entonces me acerqué a Martín, le pregunté si se podía y, con gesto de
desaprobación, me dijo que sí.
Ástrid abandonó el grupo y enseguida cayó la pregunta de
Diego:
-¿Qué onda esta Ástrid?
-¿Cómo “qué onda”? -contesté.
-Ay, esa chica, ¿viene de un funeral? -preguntó una de mis
compañeras, irónicamente.
-Ja ja, remera negra y pantalón negro, y yo vestida así… me
siento una trola -agregó otra compañera, vestida de remerita corta blanca,
pollera ajustada negra, y zapatos con plataforma.
-Che, posta: ¿Qué onda la piba? No habla nada -consultó
Nacho.
-Y fuma adentro de la casa… -agregó Martín, con mal gesto.
-Ella es callada, no suele decir mucho -acoté.
-¿Es lesbiana? -lanzó la misma compañera que bromeó con lo
del funeral.
-No lo sé… -respondí, dándome cuenta que realmente no lo
sabía.
-¿Cómo no vas a saber? -preguntó Diego- ¿Tiene novio?
-No, no tiene -aseguré.
-¿Y por qué no vas a llevarle un trago ahora que está sola
en el sillón? No tomó nada -sugirió Diego.
Tras pensarlo un instante, le contesté con un gesto de
afirmación, a lo que la ronda aplaudió y arengó deseándome “suerte” con ella,
dejándome bastante en evidencia. Fui a la cocina, llené dos vasos, y me senté
con ella.
-¿Cómo la estás pasando? -indagué.
-¿Teniendo en cuenta la charla infinita de recién? Normal.
La estoy pasando igual que en cualquier otra fiesta.
-¿No te gusta el ambiente?
-Me hace acordar a cuando era chica, y nos juntábamos en la
casa de algún compañero para hacer un “asalto”. Éramos re chiquitos, y yo ya me
sentía muy lejos de tener ganas de compartir cosas de ese tipo. Creo que al
primero que fui teníamos 12 años. Lo odié, lo odié muchísimo.
-¿Por qué?
-Por la misma razón que ahora. Nada de lo que pasa atrapa mi
atención. Absolutamente nada. Ni la conversación de tus amigos recién, ni la
música que está sonando, ni la bebida verde que me trajiste, ni la puesta en
escena de todas las chicas y chicos vestidos en serie. Parecen salidos de una
juguetería, todos con la misma ropita.
-Pero su ropa no los define, tienen personalidades muy
distintas.
-Sé que no los define, de hecho, creo que la ropa es sólo un
espejismo de lo que quieren ser. Alguna vez yo también intenté vestirme como
todos.
-¿Y qué pasó?
-Lo que te dije recién. Me sentí lejos. Tenía su misma ropa,
pero no sus mismos intereses. Las chicas me hablaban de chicos, y los chicos
querían que les hiciera onda con mis amigas. Y si decía que no quería hacerles
“gancho”, se tiraban el lance conmigo.
-Es que seguro les interesabas…
-A mí eso de lanzarse porque sí me suena más a satisfacer su
necesidad de mostrarse… ¿Machos? No sé, no sé por qué a los hombres les enseñan
que el sexo es una herramienta para mostrar superioridad frente a sus pares,
según qué número y tipo de mujeres se hayan cogido. Tampoco sé por qué daba o
sigue dando igual encamarse con una chica o la otra -cuestionó, tras lo que dio
un sorbo a su vaso.
-Nos crían con muchas inseguridades a todos, creo que por
eso nunca decimos las cosas que pensamos y sentimos, y terminamos haciendo
cosas como esas, tirándole onda a cualquier chica, fingiendo que nos interesa
alguien que en realidad no…
-¿Ves? Yo ya me fui de ahí. No tengo más interés en reírme
de cosas que no me dan gracia, de intentar caerle a bien a personas que me dan
sueño, o de prestar atención a temas banales o problemas que se acabarían
simplemente con intentar solucionarlos.
-¿Nada de acá te llama la atención?
-No.
-¿Yo tampoco?
-¿Por qué te pensás que vine? -replicó, evitando mi mirada.
Me sonreí un poco, quizás ya coqueteado por los muchos
tragos que había tomado, y no atiné a contestar.
-Tenés linda sonrisa -dijo Ástrid.
-Vos también, pero nunca te reís.
-Vos me hacés reír.
-También te hice enojar alguna vez…
-Sí, pero prefiero pensar que podés hacerme reír más de lo
que podés enojarme -dijo, dando otro sorbo a su bebida.
-¡Te tomaste un trago y ya te volviste optimista! Ja ja…
-Me dijiste que era un día importante para vos, así que
intento que la pases bien.
-Me encanta que hayas venido. Pensé que no ibas a aparecer.
-Aparecí porque quería darte una experiencia única, como las
que tuvieron tus amigos en Miami, el Caribe…
-Ja ja, sos mala, eh.
-¿Con vos alguna vez fui mala? -preguntó, apagando su
cigarrillo.
-Sólo un poquito, pero creo que lo hacés porque te caigo
bien.
Ástrid calló abruptamente, mientras yo la observaba casi
cayéndome sobre ella, hasta que interrumpió:
-¿Me abrís?
-¿Ya te vas? -lamenté, sorprendido.
-Sí, no tengo nada más qué hacer acá.
-Uh… bueno, te abro.
Supuse que ella no tenía el menor interés en despedirse de
mis amigos, así que simplemente nos levantamos y salimos del departamento. El
viaje en ascensor fue en silencio, pero ella estaba mucho más relajada que a la
ida.
Finalmente, abrí la puerta, y quedamos en la entrada del
edificio, ya desierta a esa hora.
-Bueno, de verdad, gracias por haber venido -le dije,
despidiéndola.
-De nada, espero que la sigas pasando bien. Ahora voy para
la avenida y me tomo un taxi -contestó ella.
En ese momento, antes que se fuera definitivamente, me
acerqué y la abracé. Ella parecía estar de acuerdo con eso, puesto que apoyó su
cabeza sobre mí. Entonces, le di un beso en la mejilla. Y después le di otro. Y
uno más.
Luego nos separamos apenas del abrazo. Ella miraba hacia un
costado.
Yo estaba con el pulso a mil por hora, así que decidí tomar
la iniciativa: Agarré su rostro, busqué su mirada, y le di un beso en los
labios. Ella no atinó a abrir la boca, pero tampoco intentó salir de la
situación.
Pocos segundos más tarde, concluimos el beso, y la tomé de
la mano, tratando de encontrar algo para decirle. Sin embargo, Ástrid miró
extrañada cómo mis dedos sostenían los suyos.
Tomó aire, me dijo “Feliz cumpleaños”, y se fue.
PARTE 9 https://www.tomasbitocchi.com/2016/04/astrid-parte-9.html
PARTE 9 https://www.tomasbitocchi.com/2016/04/astrid-parte-9.html
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