Entre la soledad y el perdón
Ástrid llegó justo a la hora que habíamos quedado. Estaba vestida completamente de negro: zapatillas, pantalón, y camisa. Todo del mismo color. La saludé:
-Hola. Parecés moza vestida así.
-Puede ser -dijo, sin prestar mucha atención- ¿Cómo estás?
-Bien, tenía muchas ganas de verte -contesté.
-Sí, me habías dicho ayer.
Su sequedad me dejó sin respuesta, así que le sugerí que camináramos. Ante su respuesta positiva, seguimos a pie.
-¿A dónde estamos yendo? -me preguntó.
-No sé, simplemente estamos caminando.
-Es que prefiero que no nos salgamos de cierto circuito, así después no me cuesta conseguir un bondi para volver.
-Bueno, ¿te parece si doblamos acá?
-Sí, dale -dijo, y se prendió un cigarrillo.
-Fumás mucho, ¿no?
-¿Cuánto es mucho?
-Eh, no sé, ¿la cantidad que vos fumás?
-Entonces no sé si es mucho. No sé cuánto fuman los demás.
-Cierto. ¿Cómo te llevás con tus compañeras de trabajo?
-¿Compañeras solamente? ¿Hombres no?
-Es que no sé, no te imagino hablando con otras mujeres, pero sí con hombres.
-Eso es porque vos sos hombre y hablás conmigo, y podés hacerte a la idea de mí hablando con otro pibe, pero nunca me viste conversando con una mujer.
-¿En serio es así?
-¿Tenés otra teoría?
-No.
-Entonces nos quedamos con esta.
-Bueno, ja ja, me gusta.
-En respuesta a lo que decís, me llevo bien. Es pura charla laboral.
-¿No chocás con ellas?
-¿Por qué lo haría?
-Porque, ya te dije, sos un poco rara…
-Soy rara, no violenta.
-Pero que vos no seas violenta no quiere decir que ellas sean pacíficas. Imaginate si te intentan agredir, ahí podría darse un choque.
Ástrid levantó la mirada apenas terminé la frase, parecía sorprendida. Luego volvió a observar el suelo y, segundos después, habló otra vez:
-Es un excelente punto.
-Estoy aprendiendo de vos, ¿viste? -bromeé.
-¿En qué?
-En la forma de pensar -le dije, mientras le guiñé un ojo jocosamente.
-Ja ja, decís cualquiera…
Verla reír era un logro magnífico. Por eso, aprovechando su distensión, preferí llevar la conversación a un punto más profundo:
-¿Por qué tenés esa postura tan fría?
-¿Postura fría? -preguntó.
-Sí, das una imagen de mina fría, y no creo que lo seas.
-No sé si lo soy, pero dejame preguntar algo a mí ahora.
-Sí, decime.
-¿Por qué te interesás en mí?
-Porque no conozco a ninguna mujer como vos, y me parece raro, porque soy muy bueno con las mujeres, estuve con muchas variedades.
-¿A qué te referís?
-Siempre salí con chicas de todo tipo, y me llama la atención que no haya encontrado nunca una mina como vos.
-¿Soy como tu “bicho raro”?
-Ja ja, ojalá fueras mía…
Me atravesó con la mirada, dio una pitada larga a su cigarrillo, y respondió:
-Si me vas a decir boludeces, mejor me voy a mi casa.
-No, pará… ¿qué pasó?
-¿Qué es esa estupidez que me dijiste?
-Nada, qué sé yo, me encantaría que fueras mía, no sé. No te enojes…
-¿Me estás tomando el pelo? Me voy.
-¡No! ¡Pará! -grité, mientras la tomaba del brazo- ¡No te enojes, por favor!
-¿Te das cuenta por qué me enojo? -replicó, contrariada.
-Sí, perdón, perdón. Por favor te lo pido… -rogué.
Entonces, Ástrid frenó su caminata, y encendió un nuevo cigarrillo. Una vez que terminó su primera pitada, me tomó del brazo y me apoyó contra la pared. Me miró con su expresión tan abrumadora, y me fulminó:
-No sé qué querés conmigo. No sé por qué me hablaste en primera instancia, ni tampoco por qué pasaste tanto tiempo escribiéndome por chat. No entiendo qué me encontrás de interesante, ni por qué estás obsesionado con saber de mí. ¿No te das cuenta? Nos parecemos tanto como una ostra y una bolsa de consorcio. Acá no hay nada que hacer. Me caés bien, me doy cuenta que no tenés malas intenciones, pero con eso no alcanza, a mí no me alcanza.
-Pero Ástrid… -atiné a interrumpir.
-¿Pero qué?
-Perdoname por lo que dije, en serio te digo…
-Llevo la vida que llevo justamente porque me cansé de perdonar. Quiero pasar el tiempo con personas que me entiendan. Y si nadie me entiende, prefiero pasarlo sola. No me gusta que me rompan las pelotas sin ningún propósito.
-¿Eso estoy haciendo yo?
-Por supuesto. Me insistís, me insistís, me insistís, y ni sabés por qué lo hacés. Concentrate en tu vida, festejá los goles de tu equipo, juntate con tus amigos a hablar de minitas, y divertite en un bar haciéndote el matador con descerebradas. A mí no me hables más.
Me quedé sin palabras pero, aun así, me dio unos segundos para contestarle... y no pude, simplemente no pude. Fueron demasiadas cosas en muy poco tiempo. Al parecer, se descargó, y no estuve a la altura.
Por eso, Ástrid dio media vuelta, y se fue.
No entiendo qué me atrajo de ella. No es bonita, no compartimos intereses, y no me gusta su estilo de vida, ni a ella el mío (de hecho, creo que lo odia). Pero igual, su magnetismo me tiene atrapado.
Y es eso lo que no comprendo: ¿Por qué una mujer que me cree un imbécil me mata de ansiedad? Todavía pienso que ella es un paso necesario en mi vida, alguien a quien no puedo dejar ir. No porque la quiera molestar, sino porque necesito saber qué me está pasando.
Finalmente, mientras pensaba en esto, la vi doblar en la esquina hasta desaparecer de escena, y volví a notar lo rápido que caminaba. Yo había interpretado su paso ligero como una señal de apuro, como si le urgiera llegar a algún lugar. Sin embargo, después de esta charla, me di cuenta que su paso tenía más ritmo de huida que de urgencia. Como la primera vez que nos vimos, que se fue volando, e incluso cuando hablamos por teléfono, donde me cortó la conversación abruptamente.
Ástrid estaba huyendo todo el tiempo pero… ¿Por qué?
PARTE 4 https://www.tomasbitocchi.com/2016/04/astrid-parte-4.html
Jaja sos desagradable sabés? Acá desconfirmamos que soy una reencarnación de Astrid porque mi reacción hubiera sido más agresiva. Pero NooOooOooOooOoooOooOoOoOoooOoooOOo cómo vas a contestar "me gustaría que seas mía"? 🤣
ResponderEliminar