Entro al cuarto, arranca mi nueva vida. Es horrendo, y empiezo a destrozar las ventanas.
Me miro al espejo y pregunto "¿quién sos vos? ¿qué querés?". Lo rompo por las dudas, no quiero a nadie más en mi habitación.
Los vidrios están clavados en mis manos, el piso es un charco rojo y, mis dedos, goteando.
De repente no estoy más solo, ahora me acompaña un desgraciado. Es viejo, está atado a una silla, y su mordaza es verde y hermosa. Se ve culpable.
Salgo con mi cigarrillos y fósforos, prendo fuego mi sangre y me deleito con las llamas. Me alejo muchos metros para mirar la escena.
De repente el condenado salta por la ventana y se va corriendo. Se quemaron las ataduras, y ahora va directo al lago.
Previo a saltar, tropieza y estrella su cabeza contra una piedra. Está muerto, tan muerto como cualquiera que se lo merezca.
Y éste se lo merecía: era injusto, muy cruel. Como yo, gracias a él.
No hay comentarios:
Publicar un comentario