Cuando estaba por subir al subte, la chica sintió un tirón en su brazo. Apenas se dio vuelta notó que un chico, de unos diez años, se había llevado su bolso.
"¡Ayuda, policía, agárrenlo, policía!", gritó en señal de socorro.
Un policía corrió al instante en búsqueda del pequeño ladrón y logró alcanzarlo en pocos pasos. Luego lo puso contra el suelo mientras le apretaba el pecho con el pie.
"Dame el bolso", apuró el servidor público. El chico no contestó nada, por lo que el hombre intentó, infructuosamente, sacárselo por la fuerza.
"¡Soltalo pendejo, no te hagas el vivo!", gritó y el pequeño amagó a dárselo. Cuando él agachó un poco el cuerpo, el niño le mordió la pierna y siguió corriendo.
Inmediatamente el policía se reincorporó, sacó su pistola, y disparó tres veces al ladronzuelo en su espalda.
Tras unos breves segundos de silencio, todo el andén comenzó a aplaudir, la chica damnificada se acercó al nuevo héroe, y le dijo:
-Gracias oficial, tengo un montón de apuntes importantes en este bolso, gracias.
-No, por favor -respondió humildemente- sólo cumplí con mi trabajo señorita.
-¡Gracias, gracias, gracias! -reiteró, y lo besó en la mejilla.
Una vez que terminó la conmoción, todo volvió a la normalidad en el subte. El cuerpo del asesinado permaneció en el mismo lugar que había caído al morir, mientras la gente continuaba su ir y venir diario.
Cuando el servicio de subterráneos cesó su actividad laboral, los empleados de limpieza lo pusieron en una bolsa, y dejaron el piso reluciente.
Por Tomás Bitocchi
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