-Yo creo que en realidad hay un problema de individualismos, la gente sólo piensa en sí misma. Fijate, esa señora pide plata por el vagón y todos le son indiferentes.
-¿A quién le hablás? -preguntó su novia.
-A vos, a cualquiera que esté viajando con nosotros .
-Si me hablaste a mí -interrumpió uno- te digo que me importó un carajo.
-Además -se sumó otro- lo que dijiste fue inconsistente, seguro es un reflejo de tu personalidad.
-¡Sin duda! -agregó un tercero, que sostenía un diario- fueron los peores 15 segundos de mi vida.
-No quiero llorar -esbozó el protagonista- no quiero.
-Y no llores -replicó su pareja- lo único que falta es que además parezcas maricón...
-¿Por qué siempre ignorás lo que me pasa?
-¿Qué? -miró, confundida- ¿No es obvio por qué? No me puedo hacer cargo de tus emociones todo el tiempo, me molesta que me necesites. Hacete solo, querete vos.
-Te odio -fulminó el chico.
-Claro que no, sin mi contención no podés estar bien -respondió ella, con certeza.
-Te voy a hacer sufrir.
-¿Cómo? ¿Con quién? No sos lo suficientemente lindo ni inteligente como para darme celos, y sé que nunca me pegarías, no sos así. Vamos, relajate, ya se te va a pasar.
El novio bajó en la siguiente estación, sin saludar a su chica.
Una vez que estuvo en la superficie, sacó un atado y fumó varios cigarrillos sentado en una esquina bien iluminada, mientras autos y colectivos sostenían su andar nocturno.
Dos horas después volvió a su casa, y nunca más volvió a hablar con su novia. Eventualmente, ella lo olvidó.
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