Los países de Asia Central no buscaron su independencia,
la caída de la Unión Soviética les dio la autonomía por decreto. No hubo guerras de revolución, ni mucho menos
guerreros autóctonos de esta zona a lo largo de la historia, sometida
sucesivamente a diferentes imperios.
Sin embargo, el desamparo que hoy la nubla se gestó en el
último siglo. Un día llegaron los rusos, más tarde se volvieron soviéticos, y con
fronteras fragmentaron intencionalmente a los pueblos de la zona para evitar
una sublevación. Desde ese momento toda la población centroasiática aprendió a
depender de Moscú, que le proveía de un ejército, organización política y
económica, hasta que cayó la URSS.
Así como en África, las fronteras heredadas por Asia
Central son un legado imperialista, que no comprende de divisiones étnicas: deja sin identidad y hablando en ruso a toda una región, que aún preserva varios
idiomas internos.
Los cambios se van asomando lentamente, pero la decisión
social de apartarse de la última madre patria y poner a los pueblos originarios
al frente es firme.
Hace ya 20 años que los mandatarios de la región hacen
oídos sordos frente a este problema.
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